La importancia de la calidad de los cuidados cotidianos
Un bebé necesita recuperar la sensación de unidad que ha perdido al nacer. En los primeros tiempos está internamente desorganizado, su aparato psíquico está en formación por lo que no cuenta con representaciones mentales para mantener la calma ante situaciones y sensaciones que lo perturban. Por ejemplo, cuando un bebé tiene hambre lo acecha el dolor y la desesperación porque no tiene los medios para imaginar la solución, ni tampoco puede por sus propios medios satisfacer su necesidad. Por esta razón lanza señales al mundo que lo rodea llorando, gritando, manifestando con la rigidez y crispación de sus músculos la imperiosa necesidad de recuperar la calma, la unidad, la sensación de plenitud, que arribará cuando sacie su hambre. Es entonces fundamental cómo reacciona el medio que ha recibido a este bebé ya que ahora depende de otro que lo cuide
En el útero el bebé se encontraba protegido, sostenido, cuidado por el líquido amniótico, estaba acompañado por el cordón, la placenta y las paredes del útero. De todas estas partes sólo él perdurará en el nuevo mundo. Es entonces indispensable que las funciones que cumplían éstas, ahora sean desempeñadas por los adultos que reciben al niño y es necesario e importante el cómo se llevan a cabo. No se trata de cumplirlas cubriendo los aspectos materiales como vestimenta y comida, sino lograr hacer de estos aspectos materiales algo mucho más profundo, como son las funciones de sostén, protección, alimentación y abrigo. La forma y calidad de las mismas son fundamentales en el establecimiento de las matrices relacionales, afectivas y de aprendizaje, huellas que permanecerán por siempre y que regirán la manera de apropiarse y de manejarse en el mundo durante toda su vida.
Es indispensable para un buen sostén emocional, afectivo y físico, que pueda contar con un adulto confiable y predecible que le anticipe con su palabra y con sus gestos que es lo que va a hacer y que está haciendo. Así también este adulto significativo será el que organice la vida diaria del niño con rutinas, donde se privilegie el intercambio y la reciprocidad entre ambos en los momentos de alimentación, cambiado, baño, sueño y prepare anticipadamente un espacio seguro, con materiales y objetos pertinentes para el juego autónomo. El niño es particularmente sensible a la manera en que se lo manipula y se lo traslada, necesita de un sostén amoroso, pero firme, que le trasmita seguridad a través de la forma que interactúan y se ocupan de él.
Es determinante el estilo en la secuencia y el ritmo en los momentos privilegiados de intercambio, cambiado, higiene, alimentación y sueño, donde predomine la mirada, la escucha y la anticipación. El sostén tanto desde la firmeza del cambiador, el colchón de su cuna o el piso firme, como de los brazos que transportan y manipulan a este bebé con sumo cuidado, sabiendo de las sensaciones propioceptivas e interoceptivas que siente este niño ante los movimientos provocados por otros sobre él, donde si los cambios son brucos o apresurados le provocan desequilibrios constantes a nivel interno. Imaginemos por un momento, que no pudiendo oponer resistencia ni manifestar nuestro desagrado nos subieran abruptamente a una montaña rusa, que luego bajara a gran velocidad y girara repetidas veces sin poder hacer nada al respecto. Seguramente internamente nos sentiríamos muy desorganizados espacialmente y por ende tuviéramos sensaciones de mareo, ahogo y muchísimas ganas de que alguien parara esta maquinaria. Un bebé muy pequeño, trasladado, cambiado o higienizado de manera rápida y automática, tiene vivencias de inestabilidad interna, necesidad imperiosa de restablecer el equilibrio, angustia y sentimientos de pérdida y desgarramiento. Aparecen reflejos arcaicos como el de moro y/o el de aferramiento porque el niño siente que cae en el vacío infinito, que se desparrama, se fragmenta, al ser tomado con descuido sin tener la precaución de que no pierda la sensación de unidad corporal. El adulto maternante, que toma al bebé con suavidad, delicadeza y cuidado y que al llevarlo de un espacio a otro lo hace lentamente, manteniendo la cabeza y el tronco del bebé siempre en la misma línea, es decir, apoyado y sostenido sobre un brazo del adulto, con sus piernas y brazos hacia la línea media del cuerpo y
envuelto con el otro brazo del adulto, le proporciona de esta manera al bebé, sensaciones de reunificación y sostén que se manifiestan en un tono corporal relajado y ánimo tranquilo. Todo lo que se le proporcione o no, al niño, durante el acompañamiento de su desarrollo en los primeros años quedará registrado a nivel inconsciente, como marcas indelebles a nivel psíquico. Es función del rol del adulto referente, reasegurarlo, envolverlo con respeto y ajustados cuidados cotidianos, sabiendo que todas las intervenciones y acciones dejarán huellas en su devenir como persona. Por esto es fundamental proporcionarle al niño la sensación de unidad que ha perdido al nacer, construir un vínculo de apego seguro que le permita sentirse con confianza y motivado por conocer y brindarle la posibilidad de desplegar sus capacidades en potencia, con las que ha venido equipado, al facilitarle un medio propicio, estable y predecible, con materiales pertinentes al momento de su desarrollo que favorezcan su curiosidad e incursión en el mundo que lo rodea.
Prof. Alejandra De Renzis Peña
Espec. en Atención Temprana del Desarrollo Infantil
alejandraderenzis@gmail.com